Cada faena solitaria de trabajo en el taller es concebida por la artista visual María Elena Álvarez como «el momento en el que ocurre el arte verdadero», sólo comparado, acaso, con el instante en el que la audiencia logra su interpretación a partir de una obra. A su juicio, allí, cuando el artista se enfrenta al blanco de la tela para teñirle sus colores, vuelca (con o sin intención) su mundo interior, sus mensajes, sus búsquedas, su verdadera identidad plástica.
Aunque las pinturas de Álvarez tienden a lo geométrico, esta artista insiste en que sus obras se distinguen por la presencia de «una carga ética, un mensaje que está contenido en cada una como si se tratara de una palabra». Esto, declara, se pone en manifiesto en las 53 piezas que fueron seleccionadas para integrar su más reciente exposición titulada Soliloquios, en referencia al discurso unipersonal que entabla en sus momentos de creación.
La muestra será inaugurada hoy, a las 11:00 am, en la Galería Espacio 5, de Caracas, y estará conformada por unidades en gran formato o divididas en polípticos. Cada una fue elaborada con hasta siete capas de pintura acrílica sobre tela, una sobre otra. «La obra visualmente es de múltiples dimensiones y tiene un carácter a través de los trazos libres y la geometría que deja sentir que se está atravesando la estructura para adentrarte en algo que se lee como un poema», describe. Para ella, «el arte es algo que no se ve, y la
obra, como objeto, es simplemente el vehículo para hablar sobre el arte en sí mismo. El arte es invisible».
De acuerdo con la curadora, Bélgica Rodríguez, en esta exposición la artista «se convierte en el cuadro mismo con un discurso introspectivo de prolongaciones sin límites, de segmentos que se proyectan más allá del formato».
En estas piezas, que fueron elaboradas entre noviembre de 2015 y el primer trimestre de 2016, la artista realiza por primera vez en su trayectoria un cambio en su paleta de colores e introduce a sus ya tradicionales grises, al negro, al blanco y al azul cobalto, nuevas variaciones de rojo, amarillo, verde, naranja, marrón o rosado. «Como artista, sentí la necesidad de madurar mi propia práctica en términos cromáticos, pero no basada en un estudio exhaustivo y formal del color y sus teorías, sino que decidí que formara parte de la obra de un modo más vivencial», argumenta.
Por esto, relata que para enfrentar el desarrollo de este cambio, se inspiró en los colores de fachadas que fueron ilustradas en un calendario venezolano de 1998 y se permitió una experiencia aún más inusual: «Para fortalecer el vínculo de la obra con Caracas, visité una construcción de un amigo en la ciudad y empecé a dejarme tocar por los colores del entorno. El rojo y el amarillo son los tonos de cuñetes de pinturas, por ejemplo; y también hay colores que vi en las ropas que vestían los obreros de la construcción». El resultado, insiste, fue una sorpresa. «Descubrí que podía hacer cambios y seguir siendo fiel a mi discurso».
La muestra individual se mantendrá abierta al público hasta el 30 de abril.