Historia
Teatro Nacional de Costa rica. Durante la época de la Colonia hubo poca actividad artística y teatral en Costa Rica, debido a la pobreza crónica del país y a la oposición de la Iglesia Católica ante este tipo manifestaciones culturales. Durante la Independencia, se realizaban algunas representaciones al aire libre, en casas privadas, en ocasión de fiestas o fechas especiales. Los actores eran en general de la servidumbre, los temas domésticos y el escenario una terraza exterior. El público observaba desde la calle y los vecinos prestaban bancas para el espectáculo, que era gratuito. En los entreactos quemaban cohetes de pólvora. A principios del siglo XIX, los temas de la mayoría de las puestas en escena eran religiosos, con la excepción de algunas obras que venían del extranjero. El público, sin embargo, estaba ávido de teatro y espectáculos. En 1837 se construyó el primer “teatro” en San José, apenas un galerón de paja donde los espectadores, en números de hasta 70, acudían con sus propias sillas a las funciones. Presentaban obras de carácter religioso y las mujeres no participaban en las representaciones. Cuando no había función, el teatro se utilizaba como escuela de catecismo. En 1846 se construyó otro teatro privado. Un edificio de madera con techo de tejas, podía alojar hasta 200 espectadores. Su inauguración causó revuelo al presentar un grupo de actores aficionados entre los que figuraba una mujer. El clero mostraba su ira ante la selección de obras de teatro de autores extranjeros que consideraba demasiado atrevidas. En cambio, el público las apreciaba. En esa década, empezaba una fase económica prometedora para Costa Rica con las primeras exportaciones de café a Europa. El público empezó a abrirse a otro tipo de espectáculos que los autos sacramentales y el país despertó a la existencia de otras ideas y culturas. Jóvenes costarricenses estudiaban en el extranjero y regresaban con nuevas ideas, a la vez que inmigrantes y viajeros de gran preparación académica aportaban combustible a una efervescencia cultural que empieza a percibirse desde ese tiempo. Fue en esa época que se creó la primera universidad costarricense, al tiempo que daba sus primeros pasos la prensa y se creaban instituciones nacionales de diversa naturaleza. En 1847, bajo la presidencia del Dr. José María Castro Madriz, empezó a hablarse de crear un teatro de carácter nacional. La idea original era crear una compañía de Antecedentes históricos accionistas privados para reunir el capital necesario, sabiendo que el Estado no contaba con los recursos para una obra de esa magnitud. Los accionistas no lograron reunir el capital y el gobierno del Dr. Castro Madriz cayó en 1849 víctima de una crisis política y económica radical. El gusto por el teatro no murió sin embargo y en 1850, un grupo de josefinos, bajo la tutela de un veterano actor de teatro español, el señor Larriva, improvisa una sala de teatro en lo que entonces era la Universidad de Santo Tomás, mientras construyen un edificio apropiado para un teatro. Ese edificio sería el Teatro Mora, conocido luego como Teatro Municipal, que empezó a construirse en agosto de 1850 y se inauguró en diciembre de ese mismo año, con una comedia de Bretón de los Herreros presentada por un grupo de aficionados y un prestidigitador alemán. Las decoraciones venían de París e incluían una sala de época Luis XIV y un majestuoso telón que representaba a Minerva y sus diosas hermanas en la cumbre del Parnaso. El Teatro Mora correspondía por primera vez a los estándares de un verdadero teatro, donde los espectáculos podían apreciarse con comodidad. Las funciones empezaban generalmente los jueves a las 8 de la noche, pero en caso de lluvias o de fuerza mayor se transferían a los domingos. El inicio de la representación se anunciaba con cohetes para prevenir a los vecinos. El valor del boleto de entrada al espectáculo era muy elevado en relación con los ingresos de los costarricenses, de modo que el acceso al teatro era restringido, sobre todo en los primeros tiempos. Un general inglés lo describe como un bonito edificio con fachada griega de unos 60 o 70 pies cuadrados. La puerta de entrada daba a un vestíbulo alumbrado por una gran linterna china debajo de la que, en noches de función, había media docena de soldados descalzos sentados en un banco. Como fuera, el Teatro Mora generó tanto interés que empezó a hablarse de traer a Costa Rica actores profesionales. Fue así como llegó al país, en diciembre de 1851, la primera familia de actores extranjeros, los Fournier. Ese mismo mes, presentaron el drama en cuatro actos “Matilde, a un tiempo Dama y Esposa”, del escritor español Antonio Gil y Zárate. La acogida fue excelente. La Iglesia Católica desaprobaba el entusiasmo que había despertado el teatro e inició una violenta campaña contra los espectáculos del Teatro Mora. El público, por su lado, aplaudió entusiasta y algunos aficionados como el mismo Presidente Mora intervinieron para que la familia Fournier se quedara en Costa Rica. La gran defensora del teatro en esa ocasión fue la prensa, bajo la pluma de extranjeros como Emilio Segura y Adolphe Marie, que sostuvieron una fuerte polémica con el Obispo Anselmo Llorente y La Fuente sobre los efectos del teatro en la sociedad costarricense. El obispo criticaba la política cultural del Presidente Juan Rafael Mora y censuraba el teatro como un peligro para la moral y aliciente para el crecimiento de ideas antirreligiosas. Los periodistas lo defendían como recreación amena e instructiva que puede dirigir la opinión pública. La polémica duró varios años, al extremo que los Fournier tuvieron que salir del país en 1855 ante el asedio y las amenazas de excomunión del Obispo. Durante los años de la administración Mora Porras (1849 – 1859), se fortaleció el Estado, en particular el Poder Ejecutivo y a la vez se confirmó el papel contralor de la Iglesia Católica sobre la enseñanza y otros campos. Sin embargo, conforme se desarrollaba el poder estatal, el poder de la iglesia se erosionaba y al Estado su “ayuda” se le iba haciendo “incómoda e innecesaria”. Los intentos del Presidente de suprimir el diezmo exacerbaron el descontento de la iglesia. La pugna entre el Obispo y el Presidente creció hasta terminar con la expulsión del país del prelado. El 14 de agosto de 1859, el Presidente Mora sufre un golpe de Estado, víctima de sus políticas económicas y autor de un supuesto fraude electoral. Héroe de la guerra contra los filibusteros, Mora es fusilado en 1860. A partir de entonces y hasta su desaparición, el Teatro Mora pasa a llamarse Teatro Municipal. Numerosas compañías extranjeras se presentan en el teatro y grupos costarricenses desarrollan actividades cómicas y dramáticas. En la década de l880, el Teatro Municipal empieza a deteriorarse visiblemente. La platea fue convertida en una sala de patinaje con piso de madera y las decoraciones fueron utilizadas para adornar casetas que guarecieran a los pasantes de la lluvia.
Una serie de terremotos que azotó el país el 29 y 30 de diciembre de 1888 acabó con el Teatro Municipal. El país quedó sin una sala de teatro adecuada y los grupos de prestigio internacional dejaron de tomar en cuenta a Costa Rica en sus giras. Fue así como la diva Adelina Patti rechazó presentarse en un teatrito provisional y exacerbó las aspiraciones de construir un teatro digno de ese nombre. La prensa y la sociedad josefina deseaban contar con un Teatro Nacional.
En mayo de 1889, un extenso artículo en el periódico La República expresa La necesidad de un Teatro Nacional claramente ese compromiso popular concluyendo: “Si el Congreso no quisiere otorgar el recurso de la lotería para después de concluido el Hospicio de Locos, no arredrarse, que la Nación en masa quiere un teatro y todos contribuiríamos con gusto, aquel con mil pesos, este con veinticinco pesos, el de más allá con una peseta…” El teatro aparece a los ciudadanos como una opción de diversión para la juventud y un “templo de enseñanza” y la presión crece sobre el Gobierno de don Bernardo Soto. El gobierno intenta volver a poner en funcionamiento el Teatro Municipal, pero resulta imposible por razones de seguridad. La campaña electoral de 1889 pospone por un año y medio el desarrollo del proyecto de crear un Teatro Nacional. El sistema electoral de la época estaba plagado de injusticias y restringía a unos pocos el ejercicio del voto. Un gran escándalo de fraude y presiones políticas amenazan con terminar en una intervención del ejército. La sociedad está dividida entre los que quieren que se respete el resultado de las elecciones y los que claman que hubo fraude.
El Presidente Soto renuncia a su cargo. El Dr. Durán, Tercer Designado, se hace cargo del gobierno de transición hasta el 8 de mayo de 1890. Para financiar la construcción del Teatro, se habla de diversos mecanismos como la lotería (después de concluida la construcción del Hospicio de Locos), la contribución voluntaria y el aporte del Estado. En marzo de 1890, un grupo de ciudadanos propone al Presidente en ejercicio la creación de un impuesto para financiar la obra de construcción del Teatro Nacional. Comerciantes y cafetaleros acaudalados sugieren crear un impuesto de cinco centavos por arroba de café exportado. Con ese impuesto calculaban generar una suma anual de 75.000 pesos para financiar la construcción. La propuesta tiene gran acogida, tanto en el Gobierno como entre los ciudadanos y la prensa comenta que el teatro podría “servir de escuela a la población”. La realidad es que la “opinión pública” de la época corresponde a una fracción muy restringida de la población con acceso a la educación y a la prensa. La mayoría de la población se mantiene al margen del proceso. Recién asumido el poder, el Presidente José Joaquín Rodríguez remite al Congreso el proyecto de declarar obra nacional la construcción del futuro teatro de la capital. La discusión de la propuesta generó fuertes polémicas en la comisión que la estudiaba. Se trataba de aprobar la creación de un impuesto nacional para financiar la construcción de una obra capitalina. Era un impuesto basado en la exportación de café, que en aquel momento estaba en auge. Los opositores al proyecto decían injusto que la población pagara un impuesto para beneficio de un pequeño sector cultivado de la sociedad y aseguraban que había trabajos más urgentes para el Estado. La necesidad de un Teatro Nacional. Los promotores aseguraban que el impuesto recaería únicamente sobre los exportadores de café, que era la clase social que más disfrutaría de los espectáculos del teatro.
Después de discusiones y ajustes, se aprobó la ley para la construcción del Teatro Nacional el 26 de mayo de 1890 y se autorizó el cobro del impuesto al café. Al mismo tiempo que emitió la ley, el Congreso dejó en manos del Poder Ejecutivo la recolección del impuesto y autorizó la búsqueda de un préstamo para poder iniciar la obra. Los congresistas fijaron un límite de 200.000 pesos al préstamo, que debería reembolsarse con lo recaudado por medio del impuesto. El préstamo se obtuvo de un banco nacional, el Banco de la Unión. Eran buenos tiempos para el país en términos económicos. La crisis de 1881-1885 había terminado y el Gobierno podía endeudarse con un banco local para financiar sus gastos de obra pública. Sin embargo, los 200.000 pesos del préstamo se vieron rápidamente consumidos y el 29 de diciembre de 1892 se publicó un decreto ampliando el cobro del impuesto al café, por el tiempo que fuera necesario para concluir la construcción. Al mismo tiempo, se tomó un nuevo préstamo por 100.000 pesos en el Banco de la Unión. Los cafetaleros, sin embargo, empezaban a sentir el peso del pago del impuesto y presionaron al gobierno para que lo derogara. Para encontrar fuentes alternas de recursos, el Presidente Rodríguez decretó, el 20 de mayo de 1893, sustituir el impuesto al café por un nuevo impuesto, esta vez a los productos de importación. Este nuevo impuesto se cobraba sobre gastos de muellaje por kilogramo de mercadería importada.
Con este decreto, el cobro de impuestos para financiar la construcción del Teatro Nacional se traspasó de los exportadores de café a toda la población. Lo que se recaudó con este nuevo impuesto permitió finalizar con éxito la construcción del teatro. El impuesto al café permitió recaudar un total de 132.873 pesos en tres años, muy por debajo de las expectativas de los proponentes. De acuerdo con la información oficial, la construcción del teatro costó más de tres millones de pesos, pagados en su mayoría por toda la población costarricense. La coyuntura de 1890 a 1897 fue una época de pasiones políticas y vaivenes económicos para el país. Enfrentamientos entre el Estado y el clero; resultados de elecciones cuestionados, regímenes autoritarios y una situación económica inestable, dependiente del precio internacional del café, generaron un clima difícil para los gobiernos de José Joaquín Rodríguez y Rafael Iglesias. El anuncio de la inauguración del Teatro Nacional en octubre de 1897 desviaría temporalmente la atención del público de la política para concentrarse en la novedad cultural. Esto permitió al Presidente el entorno político Iglesias ganar tranquilamente la reelección.
Debe notarse que en aquel entonces San José era un modesto asentamiento con pretensiones de ciudad y que fue la visión y la tenacidad de unos cuantos personajes políticos por modernizar la capital lo que permitió el desarrollo de obras importantes de infraestructura moderna. El Teatro Nacional es el más bello tributo a esos personajes. Juan Rafael Mata, un empresario nacional propone construir un teatro provisional o de madera para que funcione durante la construcción del Teatro Nacional. El modesto teatrito de variedades funcionó apenas unos meses pues no logró atraer al público. Por su lado, el empresario español Tomás Garita decidió construir otro teatro privado, el Variedades, cuya construcción se inició en agosto de 1890 y fue estrenado en 1891 con la opereta “La Mascota”, presentada por la compañía de Zarzuela Fajardo Vazcona. Con capacidad para 384 espectadores, el Teatro Variedades funcionó como teatro alternativo al Nacional después de concluida su construcción. Junto con los espectáculos teatrales, el Variedades empezó a mostrar las primeras películas que se vieron en el país. Con el tiempo, el cine fue capturando la atención y simpatía del público del Variedades. En agosto de 1890, se creó una Junta para asistir a la Secretaría de Fomento en la construcción del teatro. La primera labor de la Junta fue la selección del terreno donde sería construido. Después de largas polémicas y discusiones llevadas a la prensa, el sitio fue seleccionado en noviembre de ese año. Los trabajos de construcción del Teatro se inician en enero de 1891 con la limpieza del terreno. La preparación de los planos se le encargó a la recién fundada Dirección General de Obras Públicas de la Secretaría de Fomento, a cargo de los señores León Tessier, Ingeniero en Jefe, Guillermo Reitz, Ingeniero Auxiliar y Alberto Navarro, dibujante.
El Gobierno había recibido anteriormente propuestas de planos, presentadas por particulares, Enrique Invernizio y Francisco Durini por un lado, un ingeniero alemán de apellido Wedel y el propio Guillermo Reitz por otro lado. Los planos de la Dirección General de Obras Públicas fueron aprobados en noviembre de 1890. Durante la construcción, los planos sufrirán modificaciones y adaptaciones importantes. A lo largo de todo el proceso de construcción, la prensa sigue de cerca el proyecto y El entorno político La construcción del Teatro publica comentarios y opiniones al respecto. Muchas de las piezas fundamentales del Teatro Nacional fueron contratadas en el extranjero. Entre ellas, la cúpula, las estructuras de metal, el mecanismo para levantar el piso y las escaleras de mármol. Cada una de estas piezas venía acompañada de planos, lo que contribuyó al rumor de que los planos del teatro se habían realizado en Europa. La realidad es que los planos fueron preparados en Costa Rica por ingenieros y arquitectos nacionales formados en Europa, así como profesionales extranjeros radicados en el país. La construcción fue un proceso seguido paso a paso por la prensa, impaciente de ver resultados. El sistema de construcción fue diseñado tomando en cuenta el peligro de terremotos, así como las necesidades de acústica y comodidad del edificio. Se trataba de una novedad técnica en el país. El entonces Secretario de Guerra y Marina, don Rafael Iglesias, yerno del Presidente, tomó el control último sobre la construcción del Teatro entre 1890 y 1894. El interés del ministro de la guerra por la construcción del coliseo podría parecer sorprendente en cualquier otro país. En 1893, Rafael Iglesias gana las elecciones presidenciales y, al tomar el poder, nombra un nuevo Director General de Obras Públicas y se inicia un cuestionamiento de las labores realizadas por la dirección anterior. Para finales de 1894 aparecen en la prensa críticas y comentarios mordaces sobre numerosos problemas, particularmente en el escenario y los palcos. Posteriormente, también se descubrirían serios problemas en los cimientos. Las críticas a la obra en la prensa aumentan. Los planos originales del Teatro, de inspiración italiana, se habían modificado durante la construcción para introducir características de orientación francesa. El Ingeniero Nicolás Chavarría, Director General de Obras Públicas y responsable de la obra termina renunciando. Los comentarios de la época no son todos negativos, pues algunos artículos realzan la riqueza de los materiales y el lujoso diseño. Después de todo, es la obra de construcción más bella que ha visto el país. En setiembre de 1895, se contrató a Lorenzo Durini, marmolero de origen italiano, la construcción de las dos escaleras de servicio entre el foso y la tramoya. Junto con su hermano Fernando, Durini seleccionó el mármol para las obras y construyó también las escaleras norte y sur del teatro, así como los correspondientes pedestales y balaustradas. Los Durini fueron responsables de los primeros trabajos artísticos del teatro, como estatuas y columnas con sus respectivas basas y capiteles. En enero de 1984, los talleres genoveses de Durini enviaron por error una estatua destinada al mausoleo de don Teodoro Lara de Soto. La obra fue cobrada a la Dirección de Obras Públicas como si fuera trabajo para el Teatro. Entre 1894 y 1895, la Dirección General de Obras Públicas cambió de manos tres veces. La presión pública pidió que se nombrara un único responsable para la construcción. En respuesta, se hizo necesario traer de Italia un experto, el señor Ruy Cristóforo Molinari, para corregir los serios problemas estructurales y arquitecturales que se habían descubierto. Su intervención permitió corregir considerablemente los principales problemas descubiertos, a pesar de que algunos comentaristas criticaron que se hubiera contratado un extranjero para este trabajo. La mano de obra empleada para la construcción del Teatro Nacional fue predominantemente costarricense; sin embargo, para las labores especializadas, principalmente de ornamentación, se recurrió a especialistas extranjeros y a artistas profesionales europeos. En cuanto a los materiales, se edificó una estructura metálica con piezas de hierro traídas de Bélgica. El techo y el domo fueron diseñados por la Dirección de Obras Públicas y el material fue suplido por una empresa británica. La construcción del techo generó alguna polémica porque pronto se hicieron evidentes defectos como filtraciones de agua y mientras algunos achacaban la responsabilidad a la firma extranjera, otros consideraban que se trataba de errores de diseño o de instalación y por tanto responsabilidad de los empleados nacionales de la obra.
Las paredes fueron construidas con piedra y granito traídas de canteras situadas en Cartago y con ladrillos fabricados en el país bajo la dirección de Enrique Invernizio. Las maderas preciosas y semipreciosas empleadas en la construcción, como cedro, caoba, pochote, níspero, cocobolo, ronron y quizarrá, provenían en su mayoría de Alajuela. No se cuenta con información sobre el origen de los vidrios que decoran algunas puertas y ventanas del teatro, pero se piensa que fueron fabricados en Francia. Todos los materiales importados entraron por el Puerto de Limón y fueron transportados en tren hasta la capital. Los especialistas mencionan que se trata de un edificio que, aunque responde al neoclasicismo alemán del siglo XIX, presenta una arquitectura ecléctica común en Europa y en América Latina en esa época. El uso de estructuras metálicas era vanguardista y el mecanismo para subir el suelo del patio de butacas era empleado sólo en los teatros más sofisticados de Europa. En relación con columnas, ventanas y balcones, la construcción tiene más influencia de los palacios renacentistas italianos. Por otro lado, en los espacios interiores se han encontrado influencias diferentes; francesa por ejemplo en el caso de las escaleras principales, con una ornamentación barroca. Se dice que el “foyer” es de influencia italiana o francesa y la simbología de la decoración inspirada en la Roma y Grecia clásicas. Los telones originales fueron realizados en Italia por el pintor Carlos Orgero, bajo la dirección de Francisco Durini. Este mismo contrató en Génova la producción de veinte “escenas” (decoraciones para escenografía). En 1893, los hermanos Durini se vieron involucrados en una polémica pública en relación con el contrato de telones y decoraciones. Se criticaba el pago a un tramoyista italiano que estaba prácticamente desocupado, así como la lentitud en la colocación de escenarios. Francisco Durini se defenderá explicando que la construcción del teatro no avanzaba a la velocidad prevista y por eso estaba pagando al tramoyista aunque no tuviera trabajo. El Presidente de la Junta Auxiliar justificó los argumentos de Durini. En noviembre de 1894 se procede a abrir las cajas que contienen las decoraciones. Como llevaban varios meses guardadas, muchas piezas estaban dañadas o deterioradas. La polémica giró entonces sobre quién era responsable, si el contratista o la Dirección de Obras Públicas. El Ministro de Fomento decidió a favor del contratista y se preparó un nuevo contrato para concluir la colocación de las decoraciones. La polémica siguió pues se criticaba la calidad de las telas y el mal estado de las escenografías. En mayo de 1895 se anuncia la conclusión de la construcción del escenario y decoraciones. El paso siguiente era la ornamentación y amueblado, así como el alumbrado eléctrico. Los hermanos Durini hicieron una propuesta al gobierno; sin embargo, la prensa insistió en que se hiciera una licitación pública para el trabajo de ornamentación y se diera así oportunidad a otros. Las bases de la licitación aparecieron en noviembre de 1895 y detallaba las habitaciones que debían ser decoradas. Los señores Iratí, Molinari y De Benedictus ganaron la licitación e iniciaron los trabajos en junio de 1896. Los trabajos de ornamentación involucraban el vestíbulo del teatro, el café para señoras y un saloncito anexo a éste, la cantina para hombres, la administración, el gran foyer y sus saloncitos laterales, la platea, la fachada principal y otros espacios como pasadizos y escaleras, puertas y corredores, palcos y galerías, cuartos de artistas y comparsas, sala de archivos y servicios sanitarios. Se presume que todo el mobiliario fue construido en Costa Rica, con la excepción de unas sillas de platea provenientes de Viena. Las decoraciones de cartón piedra fueron contratadas en Italia. Para mayo de 1896, empezaba a anunciarse oficialmente el final de la construcción. En agosto de 1897, se suscribió un nuevo contrato con el señor Molinari para conseguir los muebles del palco escénico y obtener utilería, así como conseguir un maquinista para el manejo del escenario. Debía también construir una sala iluminada y colocar un órgano y un pequeño armonio.
El contratista se comprometió también a construir un palco movible para acomodar a la orquesta en noches de baile. Sus trabajos fueron muy apreciados por la prensa. El 15 de octubre de 1897, el Director de Obras Públicas declaró terminadas las obras de ornamentación y alumbrado. Los pintores responsables de la decoración interior del Teatro fueron los artistas milaneses Roberto Fontana, Carlo Ferrario, Vespasiano Bignami y Paolo Serra y Aleardo Villa. Tomás Povedano, artista nacional y director de la Escuela de Bellas Artes, contribuyó también a la ornamentación del Teatro. Para el alumbrado, se recibieron diversas propuestas a lo largo de la construcción. Finalmente, la licitación pública salió en noviembre de 1895 y se le otorgó a Iratí, Molinari y De Benedictus. El contrato incluía la construcción de una casa de dinamos y la colocación de 1207 lámparas incandescentes de 16 candelas. Los contratistas trajeron un ingeniero eléctrico de Italia para dirigir los trabajos, el señor Alejandro Rampazzini.
En junio de 1897 se concluyó la construcción de la casa de dinamos o planta generadora de luz eléctrica. El 15 de octubre de ese mismo año se concluye la entrega de la instalación eléctrica. El Teatro Nacional estaba listo para la inauguración. Las autoridades gubernamentales de la época no ofrecieron información oficial sobre la inversión monumental que implicó la construcción del Teatro Nacional. Las gacetillas criticaron ese sigilo. Los gobiernos de Rodríguez e Iglesias fueron autoritarios y se permitieron tomar decisiones como por ejemplo la inversión en la construcción, decorado y alumbrado del teatro, sin consultar con el Congreso o con la opinión pública. En particular, el presidente Iglesias autorizó el uso de los recursos que fueran necesarios para concluir la espléndida construcción. Las sumas no se divulgaron, probablemente para evitar las críticas al gobierno por los gastos. Por esas razones, los datos de la época son por lo general especulaciones de la prensa. En 1898, El Heraldo afirma que la obra costó “un millón y pico” de pesos y La Prensa Libra asegura que un millón y medio. El diario El Independiente de Nicaragua habla de tres millones. En cuanto a los datos con que se cuenta sobre costos de materiales y contrataciones, en buena parte son en moneda extranjera (dólares americanos, francos El costo del Teatro Nacional franceses y libras esterlinas), lo que complica cálculos y extrapolaciones. Los realizados por la autora indican que únicamente el contrato de alumbrado y ornamentación se eleva a casi un millón y medio de pesos, sin contar muebles y utilería. Esto lleva a afirmar que los articulistas de la época se quedaron cortos en sus cálculos. La autora calcula el costo alrededor de los tres millones de pesos. Comparando las inversiones hechas durante esos años en el Teatro Nacional con el total de gastos ordinarios del gobierno y con los ingresos generados por exportaciones, se puede concluir que la inversión hecha en el teatro representa cerca de un 65% de los gastos ordinarios del Estado y cerca de un 55% del total de las exportaciones del país.