Por Gustavo Montenegro
19 de Junio de 2016 a las 00:00h
Cristina Navas y Mérida es mexicana pero lleva a Guatemala en el alma y en los genes. Es nieta del pintor quetzalteco Carlos Mérida, considerado el gran revolucionador del arte guatemalteco del siglo XX, pues trajo las vanguardias artísticas al país, las cuales plasmó en dibujos y pinturas, pero están a la vista de todos —aunque no todos saben quién es su autor—, sobre todo en murales como los del Banco de Guatemala, Crédito Hipotecario Nacional, Municipalidad de Guatemala y el del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, frente al cual, recién inaugurado, se fotografió el maestro, en 1960, que ya entonces tenía 69 años.
La principal preocupación de Cristina es la conservación de los documentos, fotos, premios y otros objetos de Carlos Mérida que fueron donados al país por su madre y por su tía, con la condición de que fueran exhibidos permanentemente y preservados de manera adecuada, lo cual, lamentablemente, no sucede.
A veces parece que este país no termina de darse cuenta de la magnitud de Mérida.
Nada. Guatemala no termina de entender la grandeza del arte de Carlos Mérida. Ni México tampoco. Allá, sobre todo, porque él no es mexicano. En México dicen: es guatemalteco. Y en Guatemala, muchos dicen: es mexicano —porque residió en aquel país desde 1929—.
¿Qué la motiva a impulsar el legado de su abuelo, pese al entorno adverso?
Quiero que no muera el nombre. Está en los libros, pero se tiene que seguir mostrando la obra y que otras generaciones la conozcan. Por eso he editado libros y catálogos. Ahora trabajamos en un portal digital. Ha sido difícil, porque hay obra perdida.
¿A qué atribuye esa pérdida?
El abuelo siempre trabajaba en muchos proyectos. Trabajaba con una galería de México, a la cual, cuando él murió, le quedó mucho material. Pero también había allá murales que fueron destruidos cuando se demolieron edificios por el terremoto. Hemos tratado de documentar, de registrar, de hacer catálogos, pero es mucho. Cuando con mi mamá pusimos una galería, él no nos creía, pero con el tiempo fue creyendo en nosotros y nos daba obras para que hiciéramos litografías. Con eso impulsábamos exposiciones de artistas jóvenes. Fue así como empecé a profundizar en las raíces de su trabajo, empecé a viajar con él y a encariñarme cada vez más de su obra. Por eso la sigo impulsando y registrando.
¿Cómo era la relación como nieta?
Yo lo veía como un abuelito lindo, precioso, que tenía un carácter hermosísimo, al igual que mi abuela.
¿Cómo se llamaba la abuelita?
Dalila. Y era de Quetzaltenango, igual que él.
Usted es mexicana. ¿Qué les contaba don Carlos sobre Guatemala?
Nos hablaba mucho, de lo hermosa que es Guatemala. Sus paisajes, clima, gente. Pero también nos contaba de los caciques, los secuestros y de la guerra. Había gente que llegaba exiliada a esconderse a su casa en México.
¿Cuál es la mayor cualidad de la obra de Carlos Mérida?
Además de su inmensa originalidad, creo que puedo decir que su obra da paz, da tranquilidad, transmite belleza con un sentido universal. Esa es la clave de su éxito, porque logró un lenguaje universal. Por eso digo que da tristeza que en Guatemala lo conozca tan poca gente y que su obra esté tan descuidada, así como este mural —del edificio del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, que data de 1959—. Mi abuelo se enojó mucho una vez que quitaron la fuente para volver parqueo el área. Protestó y le volvieron a colocar el espejo de agua.
La familia donó obra y pertenencias del artista en 1999. ¿Cómo les ha ido con la conservación?
Muy mal, pero no solo con esa donación. Antes de eso se donaron dos obras, y una creo que se la robaron. Cuando el abuelo muere, nos deja una gran colección de toda su obra gráfica, pero también diplomas, condecoraciones, la Orden del Quetzal, que se la dieron dos veces, y muchos premios. Todo eso nos lo pedía Washington y también México. Mi mamá y yo pensamos que era mejor que estuviera en Guatemala, su patria. Pensamos que se iba a cuidar, a valorar, pero la última vez que vine entré en el museo de Arte Moderno Carlos Mérida y salí con un dolor espantoso porque muchas cosas se están llenando de hongos, por la humedad.
¿Y han protestado?
Ese convenio se hizo en el 2000, y tiene una cláusula que señala que si la obra y la colección no estuvieran expuestas en su totalidad, se devolvería a la familia.
¿Piensa en retirar la obra?
No para llevárnosla, sino para protegerla. En México hay una sociedad que protege a los artistas, la cual forma parte de una convención en Berna, con la cual estamos haciendo una demanda. Estamos organizando una Fundación Carlos Mérida, para dejar quizá réplicas y facsímiles en el museo, y resguardar el patrimonio.
Es una lástima.
Es una tristeza, porque cuando reclamamos nos dicen que no hay recursos; pero no solo es cuestión de dinero, sino de política. Por ejemplo, vengo al museo y veo que hacen una exposición de pop art muy buena… pero para eso dejan a un lado la colección del abuelo. Al —ex— ministro —Carlos— Batzín le traje un libro editado en México sobre valores; se lo vine a ofrecer para que lo editaran para las escuelas, y todas las viñetas son de Carlos Mérida. Creo que lo echaron a la basura.
¿Ha dicho algo a las nuevas autoridades?
Yo no voy a pelear con el Ministerio, sino que será la Sociedad Mexicana de Plástica, porque yo les digo algo y se ríen. Le dije al ministro actual: “De una vez te advierto que puse una demanda, y te va a llegar”. “Dale”, me dijo.
Hasta donde yo pueda, voy a seguir luchando para que eso se recupere. Yo no soy nadie, pero cuando digo que soy nieta de Carlos Mérida se me abren puertas, y ese genio, ese talento, no debe perderse ni olvidarse.
Genio vanguardista
Autor del lenguaje geométrico que tomó las raíces del arte prehispánico y las convirtió en la base del arte moderno guatemalteco, Carlos Mérida nació el 2 de diciembre de 1891.
Su afán por pintar comenzó desde la adolescencia, y en la Ciudad de Guatemala conoció a pintores como Carlos Valenti y Rafael Yela Günther. A los 20 años se fue a París, donde entró en contacto con las vanguardias del arte. Expuso sus obras en Guatemala en 1915, siguiendo una línea costumbrista. Se estableció en México, en 1929, donde desarrolló su talento en todas las técnicas: dibujo, óleo, grabado, litografía y murales, que considera la plena integración del arte a la vida de las ciudades. Es en esa fase en la que surgió su genial e incomparable abstracción geométrica.
Se le considera el gran innovador de la plástica guatemalteca, porque rompió con el copismo de la realidad para pasar a la interpretación estética.
Trabajó murales en varios países y en el Centro Cívico de Guatemala. Recibió dos veces la Orden del Quetzal, así como incontables condecoraciones y premios alrededor del mundo.
Falleció el 21 de diciembre de 1984, en México. El Museo Nacional de Arte Moderno fue bautizado con su nombre en el 2001.