El Panecillo es un tradicional montículo precolonial, convertido en un mirador natural de la ciudad ahora adornado por el monumento a la Virgen de El Panecillo de Quito esculpida por Bernardo de Legarda en los 70s, que es el principal punto de observación de la ciudad.
Descripción
El pequeño montículo que se encuentra enclavado en la ciudad de Quito recibió este nombre de «El Panecillo» de los conquistadores españoles, pero parece que su nombre auténtico en quichua es «Shungoloma» que significa «Loma del Corazón».
Es una referencia para los quiteños porque marca la división entre el sur y el centro de la ciudad; aún mantiene el legado de la época incaica porque allí se encuentra la Olla de El Panecillo, una especie de cisterna circular de ocho metros de profundidad que fue utilizado para el riego de sembríos.
En la parte inferior del monumento a la Virgen, se puede apreciar el portal de la Olla que abre la plazoleta de acceso al mirador y que forma parte del sendero que utilizan los visitantes para apreciar la ciudad y sus alrededores.
Atractivos
• La Virgen de El Panecillo: En la cima, dominando la ciudad se levanta la moderna estatua de la Virgen de El Panecillo de Quito, obra del escultor español Agustín de la Herrán Matorras quien tomó como modelo la imagen de la Virgen alada que se encuentra en el templo de San Francisco, obra de Legarda, escultor de la época colonial.
La estatua tiene 31.50 m de altura, es considerada la más grande del Ecuador construida en aluminio y está compuesta de más de 7000 piezas.
Fecha de Creación
En 1976, el artista español Agustín de la Herrán Matorras realizó en aluminio el monumento a la Virgen María de El Panecillo que se encuentra en la cúspide del cerro. Está compuesto por siete mil piezas y es considerado como la mayor representación de aluminio del Ecuador.
• La Olla del Panecillo: Cerca de la cima puede observarse la llamada «olla del Panecillo» que no es sino una cisterna para recolección de agua construida por los españoles.
• El Mirador: Desde el mirador de Panecillo se aprecia el inmenso contraste entre la ciudad vieja y la ciudad moderna. Lo único que no ha cambiado con el pasar del tiempo es el cielo, que siempre será de un azul transparente, es decir un azul quiteño.
Origen del nombre Panecillo
Se dice que el Panecillo se llama así porque a los primeros españoles les pareció que aquel cerro tan redondo y armonioso, que se levantaba en el corazón de Quito, era igual que un pan, un panecillo de miga blanca y apretada, de esos que los panaderos de Sevilla o Andalucía horneaban para luego inundar las calles con su olor irresistible.
Muertos de nostalgia, los españoles bautizaron el pequeño cerro como El Panecillo, en una tierra en que no se conocía el pan que ellos añoraban, pues aún no había trigo, seguían extrañando esos panecillos calientes, acompañados de vino tinto, que años más tarde el gran Velásquez se encargaría de pintar en un lienzo donde un niño parte, desde hace siglos, un sabroso pedazo de pan.
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Leyenda
En el libro Leyendas del Ecuador, de Edgar Allan García se cuenta una interesante leyenda la cual se narra a continuación:
Antes de que llegaran los españoles, este sitio era conocido como Yavirac, y ahí, sobre su cima, los indígenas anteriores a los incas, y más tarde los incas que invadieron estas tierras, festejaban el Inti Raymi, la gran fiesta del Sol. Así, el 21 de junio de cada año, los indígenas de distintas regiones se reunían en el Yavirac para cantar, bailar, beber y alabar, en una ronda de alegría, al altísimo señor del cielo que moría cada tarde y renacía cada mañana, al generoso Inti.
Pues bien, según la leyenda Atahualpa (que en realidad se llamaba Atabalipa) había mandado construir en la cima del Yavirac un templo de oro puro. Motivo por el cual luego de que los españoles mataron al Inca Atahualpa (que en ese entonces tenía 33 años), marcharon a toda prisa hacia Quito con ansias de repartirse el Templo de Oro que estaba en la cima del Yavirac.
Los españoles que sudorosos y cansados subieron a la cima del Yavirac se encontraron con que no había ni una sola pepita de oro sobre la tierra seca, el Templo del Sol había desaparecido como por arte de magia. Pero lo que no sabían, ni supieron nunca que dentro del Yavirac, en el corazón del cerro, entrando por caminos secretos llenos de arañas ponzoñosas y alacranes gigantescos y desfiladeros llenos de trampas mortales, se encuentra el Templo del Sol, cuidado por cientos de doncellas hermosas que no envejecen nunca y por una anciana sabia quién presuntamente es la mismísima madre de Atahualpa.
Además, la leyenda dice que: si logras encontrar la entrada, y luego de salvarte de los peligros que te esperan, llegas por fin a la morada de la anciana, tienes que pensar muy bien en lo que dices y haces. Si la anciana te pregunta mirándote fijamente a los ojos ¿qué buscas en esos recintos sagrados?, tienes que decir que eres pobre, que has ido a dar ahí por accidente, que sólo buscas la salida y que juras nunca revelar la entrada secreta a aquel templo.
La anciana entonces se levantará de su trono de oro macizo; te hará escoger entre una enorme piedra de oro, más un puñado de perlas, rubíes y esmeraldas que están sobre una mesa, y una tortilla de maíz, una mazorca de choclo tierno y un pocillo con mote jugoso que están sobre otra mesa. Piénsalo bien, pues si escoges la primera mesa, es probable que al salir te encuentres con que en vez de riquezas sólo llevas un pedazo de ladrillo y unas cuantas piedras comunes en las manos.
Y es probable también que, si escoges los alimentos que se encuentran sobre la segunda mesa, la tortilla se convierta de pronto en un enorme pedazo de oro sólido, el choclo tierno en numerosas pepitas de plata y el pocillo con mote en gran cantidad de perlas brillantes. Escoge bien, porque es probable que suceda también al revés, y que una vez afuera ya no haya forma de volver atrás.