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Turismo en La Ciudad de México
Templo Mayor
En el corazón de la ciudad de México se encuentran los hallazgos de lo que fue el Templo Mayor de los mexicas que quedaron enterrados bajo los edificios virreinales. En las ocho salas del museo, comprenderás más sobre sus ritos, comercio, costumbres, política y mucho más. No olvides observar la pieza estelar del museo: la gran escultura circular que representa a la diosa lunar Coyolxauhqui, ya que con esta pieza se iniciaron las excavaciones.
El Templo Mayor y el Recinto del Templo Mayor eran el centro de la vida religiosa mexica y uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época, ubicado en lo que hoy es el centro de la Ciudad de México.
A lo largo del siglo XX los arqueólogos fueron descubriendo la ubicación exacta del Templo Mayor, el sagrado edificio que fuera destruido tras la conquista de la metrópoli indígena, y cuyos restos habían permanecido ocultos durante cuatro siglos bajo los cimientos de las construcciones virreinales y decimonónicas del centro de nuestra ciudad capital.
Según la tradición, el Templo Mayor fue construido justo en el sitio donde los peregrinos de Aztlán encontraron el sagrado nopal que crecía en una piedra, y sobre el cual se posaba un águila con las alas extendidas al sol, devorando una serpiente. Este primer basamento dedicado aHuitzilopochtli, aunque humilde porque fue construido con lodo y madera, marcó el principio de lo que con el tiempo sería uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época. Uno a uno los gobernantes de México-Tenochtitlan dejaron como testimonio de su devoción una nueva etapa constructiva sobre aquella pirámide, y si bien las obras sólo consistían en adosarle taludes y renovar escalinatas, el pueblo podía constatar el poder de su gobernante en turno y el engrandecimiento de su dios tribal, el victorioso dios-sol de la guerra.
Pero los mexicas no podían olvidarse de los demás dioses, pues todos ellos propiciaban la existencia armónica del universo, equilibrando las fuerzas de la naturaleza, produciendo el viento y la lluvia y haciendo crecer las plantas que alimentaban a los hombres. Así, una de las deidades principales, que alcanzó una jerarquía similar a la de Huitzilopochtli, fue Tláloc, el antiguo dios de la lluvia y patrono de los agricultores; por ello, y con el transcurrir del tiempo, aquel sagrado edificio, “hogar de Huitzilopochtli”, tuvo la forma de una pirámide doble, la cual sustentaba en su cúspide dos habitaciones que funcionaban como los adoratorios máximos de ambas deidades.
Las más recientes investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en las ruinas del Templo Mayor edificio muestran por lo menos siete etapas constructivas, de las cuales sobresale aquella que se realizó durante el gobierno de Huitzilíhuitl, segundo tlatoani de Tenochtitlan; de esa etapa se conservan los muros de los adoratorios, el téchcatl o piedra sagrada de los sacrificios y una escultura del Chac-Mool. Destaca también la etapa constructiva ejecutada durante el gobierno de Izcóatl, de la que se descubrieron, sobre la escalinata que conducía al adoratorio de Huitzilopochtli, varias esculturas de portaestandartes que, a manera de guerreros divinos, defendían el ascenso al templo de la suprema deidad.
Sin embargo, el hallazgo más notable fue el del monolito circular de la diosa lunar Coyolxauhqui, que proviene de la etapa correspondiente al gobierno de Axayácatl, quien ocupó el solio supremo de Tenochtitlan entre 1469 y 1480.
Los conquistadores españoles sólo conocieron la última etapa constructiva del Templo Mayor, efectuada durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin, y se admiraron de la majestuosidad y gran altura que poseía ya el sagrado edificio. Su fachada se orientaba hacia el poniente, por lo que en ese lado de la pirámide se hallaba la doble escalinata enmarcada por cabezas de serpiente en actitud amenazante. En la parte superior de las alfardas se ubicaban los braceros, donde ininterrumpidamente debía permanecer encendido el fuego sagrado.
Sólo los sacerdotes y las víctimas del sacrificio podían ascender por aquellas escalinatas y llegar a la cúspide del templo, desde donde se podía contemplar la ciudad-isla en todo su esplendor.
A la entrada de los adoratorios del Templo Mayor había unas vigorosas esculturas de hombres en posición sedente, cuya misión era sostener los estandartes y las banderolas hechas de papel amate que evocaban el poder de los númenes patrones. Ya en el interior de las sacras habitaciones, protegidas de la luz por unas piezas de tela a manera de cortinas, se encontraban las imágenes de las deidades.
Sabemos que la escultura de Huitzilopochtli se modelaba con semillas de amaranto, y que en su interior se colocaban unas bolsas que contenían jades, huesos y amuletos que le daban vida a la imagen. Para amalgamar las semillas de amaranto, éstas se mezclaban con miel y sangre humana. El proceso de confección de la figura, llevado a cabo anualmente, concluía con su vestido y ornamentación mediante tocados de plumas y textiles muy elaborados, y con la colocación de una máscara y un colgante de oro que daban su identidad a la efigie del dios solar.
Precisamente, durante las fiestas del mes indígena de Panquetzaliztli, dedicado al ceremonial de Huitzilopochtli, el clímax de la fiesta consistía en la repartición del cuerpo de amaranto, miel y sangre entre todo el pueblo; su ingestión representaba la comunión con la deidad y estrechaba el vínculo entre el hombre y sus creadores.
Dado que el panteón indígena era muy amplio, pues se divinizaba a cada una de las fuerzas de la naturaleza, poco a poco el espacio sagrado alrededor de la pirámide doble se fue poblando con numerosos edificios que sirvieron de aposento a dichas deidades.
A principios del siglo XVI el recinto sagrado abarcaba una gran extensión de aproximadamente 400 metros por lado, y para separarlo de la zona habitacional, según lo han constatado los arqueólogos, se construyeron largas plataformas con múltiples escalinatas ubicadas armónicamente. El recinto contaba con tres accesos mayores, a manera de entradas, en sus lados norte, oeste y sur; de ellos salían las principales calzadas que conectaban a la ciudad con tierra firme.
En las crónicas antiguas se relata la visita que hiciera al recinto sagrado de México-Tenochtitlan, por invitación misma del tlatoani tenochca, un señor del pueblo enemigo de Huexotzinco, acompañado de sus parientes más cercanos. Para poder ingresar al recinto este personaje tuvo que conducirse de manera sigilosa, vistiendo un disfraz que lo confundía entre los miembros de la nobleza mexicana; de esa manera, el visitante pudo admirar por vez primera aquel espectacular centro del que en su lejano pueblo sólo escuchara múltiples y asombrosas narraciones. Después de ingresar por la entrada sur, los visitantes debieron ver a lo lejos la pirámide de Tláloc y Huitzilopochtli, mientras que su dignatario se detenía unos instantes frente al templo piramidal dedicado a Tezcatlipoca, la temible deidad guerrera, donde justo al pie de su escalinata se ubicaba un monumento de forma cilíndrica, mandado tallar en tiempos de Moctezuma Ilhuicamina, en cuya superficie se llevarían a efecto, más tarde, una serie de combates cuerpo a cuerpo entre los prisioneros enemigos y los guerreros mexicas, evento al cual había sido invitado. En tales combates los guerreros mexicas encaminaban a los primeros hacia su muerte, atemorizando los corazones de espectadores y visitantes.
En los lados norte y sur del Templo Mayor los arqueólogos han encontrado evidencias de conjuntos palaciegos decorados con la representación de procesiones de guerreros y otros elementos de tradición tolteca; se trata, por un lado, del llamado Palacio de los Guerreros Águila, y por otro, de un conjunto aún no identificado que probablemente se trate delPalacio de los Guerreros Jaguar.
Formando una especie de entrecalle, al frente del conjunto mencionado se ubicaron, quizá continuos, cuatro basamentos de dimensiones semejantes dedicados al culto de los dioses de la agricultura y la fertilidad.
Un lugar prominente en la sección central del Templo Mayor lo ocupaba el edificio consagrado al culto del dios del viento, Ehécatl-Quetzalcóatl, la ancestral deidad de carácter civilizador que con su propia sangre y con los huesos de las generaciones antiguas había creado a los hombres. Para el tiempo de los mexicas, esta divinidad representaba al viento que atraía las lluvias y producía anualmente el ciclo de la agricultura, de ahí que la pirámide consagrada a su culto, conocida como la “casa del viento” y orientada hacia el este, tuviera una forma peculiar: su fachada era de planta cuadrangular, mientras que su parte posterior, de planta circular, servía para sustentar un templo de forma cilíndrica cubierto por un techo de paja a manera de un gran cono. De acuerdo con los relatos de los conquistadores, la decoración de este templo consistía en la figura de una serpiente emplumada (el nombre de la deidad), cuyas fauces abiertas constituían el acceso mismo a su adoratorio.
Precisamente en el espacio que hoy ocupa la Catedral Metropolitana, en la esquina suroeste del recinto, se ubicaban algunos basamentos piramidales de diversos tamaños, destacando por su importancia aquel donde se rendía culto al Sol naciente; el edificio estaba decorado con grandes representaciones de chalchihuites o jades que simbolizaban el preciosismo del astro y su misión de iluminar los cuatro rumbos del universo; por esa razón su fachada miraba también hacia el oriente.
En su breve recorrido por el Templo Mayor, recinto sagrado de los mexicas, el señor de Huexotzingo seguramente se estremeció al contemplar, muy cerca del templo del Sol naciente, el Huey Tzompantli, la sobrecogedora construcción ritual conformada por cientos de cráneos humanos despellejados y ensartados en pértigas de madera, mudos testigos de ofrendas dedicadas a Huitzilopochtli. Sin lugar a dudas, Moctezuma se deleitó observando los rostros de sus invitados, particularmente de aquellos que procedían de los señoríos rivales, quienes advertían ese trágico destino para todo aquel que rompiese las buenas relaciones con México-Tenochtitlan.
Un lugar especial en el recinto sagrado lo ocupaba la cancha del juego de pelota, el Huey Tlachco, situado frente a la entrada poniente; ahí se practicaba este deslumbrante deporte ritual donde se presagiaba el movimiento del Sol por el firmamento; el edificio consistía en un patio con dos cabezales y un pasillo central, cuya planta se asemejaba a la letra “I”. A los lados norte y sur del patio estaban los taludes, con sus respectivos anillos de piedra por donde tenía que pasar la pelota. Durante la celebración del juego —llamado “ulama” porque la pelota estaba hecha de hule—, los jugadores, que adquirían un carácter astral, golpeaban el esférico con las caderas (aunque había otro tipo de canchas donde la pelota se movía mediante golpes con el antebrazo). El propósito de esta popular práctica, a la que frecuentemente asistía el tlatoani junto con la nobleza y en ocasiones el pueblo, consistía en recrear el movimiento del sol, simbolizado en la pelota, por el firmamento. Cuando ocurría un movimiento contrario, el juego se detenía y se decapitaba a un jugador, con lo cual se evitaba la inminente destrucción del universo.
Otras construcciones que el señor de Huexotzingo debió admirar antes de la impresionante celebración a la que había sido invitado, eran el Calmécac, conjunto palaciego que funcionaba como escuela para los hijos del estamento nobiliario, donde se preparaba a los futuros funcionarios del gobierno, a los supremos sacerdotes y a los grandes dirigentes de la milicia; el curioso templomanantial consagrado al culto de la diosa Chalchiuhtlicue, patrona del agua del ámbito terrestre; y el espacio dedicado a los festejos de Mixcóatl, el patrono de la cacería, donde se recreaba un parque con rocas y árboles, en los que se ataba a las víctimas cubiertas con pieles, semejando animales.
Con el paso del tiempo el Templo Mayor sufrió el terrible destino al que los propios mexicas habían condenado a muchas de las capitales indígenas: fue destruido a sangre y fuego por los conquistadores españoles. Después de la total rendición de la capital tenochca ocurrida el 13 de agosto de 1521, Cortés ordenó la demolición de lo poco que aún se mantenía en pie, para construir sobre las ruinas los cimientos de la capital de la futura Nueva España.
Coyoacán
Descubre este increíble Barrio Mágico, ubicado al sur del DF, donde templos, viejas casonas, plazas coloniales, mercados, museos, librerías y artesanías te esperan para que disfrutes de una jornada ¡incomparable!
Una larga historia.
Se calcula que los primeros habitantes del Centro de Coyoacán se albergan alrededor de los años 1000 a 600 a.C. como una pequeña aldea que compartía la tradición de la cerámica elaborada con arcilla de la cuenca de México.
En el año 1521 fue testigo de la llegada de los españoles y desde entonces ha sido un sitio emblemático en la historia de la Ciudad de México y del país.
Contemporáneo
El Centro de Coyoacán
El Centro de Coyoacán es donde se concentran los poderes políticos de la Delegación Coyoacán. Es una plaza que se conforma principalmente de dos hermosos jardines: el Jardín Hidalgo y el Jardín Centenario, y en sus alrededores hay una gran riqueza que no te puedes perder.
El Centro de Coyoacán, ha sido por muchos años lugar de reunión y refugio de artistas, filósofos, escritores y aristócratas. Sus calles están llenas de historias porque su constitución se teje junto con la edificación de la Ciudad de México, capital de este bello país.
Catedral Metropolitana
Sobre lo que fue la ciudad de Tenochtitlán se ubica esta monumental Catedral construida con algunos materiales de los templos aztecas por orden de Hernán Cortés en el siglo XVI, aunque tomó tres siglos para terminarse. A pesar de haberse perdido parte del acervo artístico, su interior sigue siendo espectacular con su Altar del Perdón, el Coro y numerosas capillas. En algunas épocas del año puedes subir al campanario y visitar las catacumbas.
Chapultepec y su Castillo
En este magnífico edificio que se ha convertido emblemático de la historia de México, se encuentran una gran cantidad de tesoros que fueron testigos de bonanzas, conflictos, políticas e ideologías. Son seis las colecciones que no te puedes perder: numismática, mobiliaria, documental, pintura, tecnología e indumentaria. Y ya estando ahí, disfruta de la vista panorámica de parte de la ciudad y camina por el bosque que rodea al majestuoso edificio.
Ubicado en lo alto del famoso “Cerro del Chapulín”, al poniente de la Ciudad de México, este bello inmueble ha sido escenario de múltiples eventos históricos. Por ello, desde 1944, es la sede del MNH.
Inmerso en el corazón del Bosque de Chapultepec se encuentra el Museo Nacional de Historia, alojado en el famoso Castillo de Chapultepec, el cual, desde lo alto del cerro del mismo nombre, es el que engalana a este «pulmón urbano» y a la Ciudad de México.
El inmueble del Castillo fue levantado sobre un espacio que en tiempos antiguos sirviera como lugar de descanso para los gobernantes mexicas y no fue, sino hasta finales del siglo XVIII, en tiempos del virrey conde de Gálvez, cuando el “Cerro del Chapulín” fue testigo de cómo se levantó sobre su cúspide, la primera construcción de lo que actualmente es el Castillo, construyéndose entre 1785 y 1787, una residencia para el recreo virreinal, ricamente ornamentada con algunos de los torreones y almenas que desde ese entonces, le dieron el aspecto militar que le identifica.
Sin duda, uno de las pasajes más emotivos que se vivieron en este edificio sucedió en 1847 cuando este lugar, transformado en sede del Colegio Militar, fue mudo escenario de la batalla en que murieron los famosos “niños héroes” a manos de los soldados norteamericanos que arremetieron contra sus instalaciones.
Para la segunda mitad del siglo XIX, el inmueble se transformó en la residencia oficial de Maximiliano y Carlota, durante el infeliz intento de establecer en territorio nacional, un imperio a la usanza europea y cabe señalar, que mucho del mobiliario y la decoración de esta época y del Porfiriato, de estilo francés, es el que actualmente se exhibe en el Castillo.
Finalmente, fue en 1939 cuando el presidente de la república Lázaro Cárdenas decretó la transformación del Castillo, de residencia oficial a sede del Museo Nacional de Historia, inaugurado como tal, el 27 de septiembre de 1944. Desde ese entonces y hasta la fecha, el Castillo alberga las colecciones de Historia patria destacando de entre muchas piezas: armas, uniformes, muebles, banderas, carruajes, cuadros y numerosos objetos que en su conjunto, constituyen una verdadera visión de nuestra glorioso pasado histórico.
Teotihuacan
Ubicada al norte del DF, esta capital indígena fue una de las urbes más importantes de la región centro de México durante la época prehispánica. En ella, los mexicas imaginaron el nacimiento del Quinto Sol. ¡Descúbrela!
En una extensión de 264 hectáreas, podrás apreciar los principales complejos de edificios monumentales como La Ciudadela y El Templo de la Serpiente Emplumada, la Calzada de los Muertos, la Pirámide del Sol y la Luna, entre varios conjuntos más. También admira sus murales como el Tetitla, Atetelco, Tepantitla y La Ventanilla. En sus 2 museos y jardines podrás observar varias piezas arqueológicas. Visita a sus museos hasta las 16:30 hrs.
Teotihuacan, la imponente metrópoli del altiplano mexicano
fue contemporánea de algunas de las principales ciudades de Mesoamérica, como Cholula, Monte Albán y varias del mundo maya, lo cual la llevó a extender su influencia por una buena parte del área. En Teotihuacan se inician muchos de los conceptos que se verán en ciudades posteriores, desde la orientación de sus principales edificios hasta el trazo de la ciudad misma. Dejó constancia, asimismo, de rituales cuya importancia se ve plasmada en sus murales y del culto a divinidades que trascenderán el tiempo.
No obstante que el año 100 a.C. marca la presencia de grupos asentados en el norte de lo que llegará a ser Teotihuacan, no fue sino hasta principios de nuestra era cuando se inició el trazo de la ciudad tal como hoy la conocemos y se establecieron los estilos arquitectónicos que la caracterizarán. Entre los años 1-150 d.C. se empiezan a construir las grandes pirámides, como la del Sol, y a partir de ella se comienza el trazo urbano de la ciudad basado en dos ejes: uno norte-sur y otro este-oeste. La ubicación de la pirámide no es casual, pues obedece a razones simbólicas, ya que está asentada sobre una cueva cuya existencia fue necesaria para levantar encima de ella el edificio que representaba el centro del universo.
Debió de ser impresionante la cantidad de mano de obra que tuvo que emplearse para la construcción de estos primeros edificios, y resulta muy importante el conocimiento que ya desde aquel temprano momento se tenía para calcular el paso del sol por el firmamento, pues la gran Calzada de los Muertos guarda una desviación de 17° con relación al norte. Es igualmente importante destacar la organización social con que se debió contar para el control de la naciente urbe, pues para entonces Teotihuacan contaba con 30 mil habitantes, aproximadamente, y la ciudad se había extendido alrededor de 17 km2, lo que la presenta como la ciudad más grande y poblada de su tiempo en Mesoamérica.
Durante los siguientes años (150-250 d.C.) la ciudad continúa con un ritmo acentuado de crecimiento. Es en esta fase cuando Teotihuacan alcanza su máxima extensión, llegando a cubrir 22.5 km2, con una población calculada en 45 mil habitantes. Algo muy importante tuvo que ocurrir al interior de la sociedad teotihuacana en esta fase, ya que su centro, que se encontraba en la Pirámide del Sol, es trasladada más al sur y es cuando se construye el gran conjunto de la Ciudadela, enorme plaza de alrededor de 400 metros por lado, en cuyo interior se encuentra uno de los edificios más impresionantes de Teotihuacan: el Templo de Quetzalcóatl o de las Serpientes Emplumadas.
Otra gran plaza que debió configurarse en ese momento es la de la Pirámide de la Luna, la cual se ubica al norte de la Calzada de los Muertos y, al igual que la plaza de la Ciudadela, tuvo un papel muy importante: concentrar un gran número de personas durante los rituales.
Hacia los años de 250-450 d.C. la población aumenta a cerca de 65 mil habitantes, si bien la ciudad se retrae un poco hasta abarcar 22 km2. Los conjuntos departamentales formados por bloques de alrededor de 60 m por lado están presentes, y algunos de ellos, como Tlamimilolpa, muestran una complejidad en su distribución interna con pasillos, habitaciones y patios.
Teotihuacan alcanza su máximo esplendor
alrededor de 450-650 d.C., y la presencia teotihuacana se extiende prácticamente por toda Mesoamérica, al mismo tiempo que en Teotihuacan hay presencia de grupos de otras regiones. Durante este periodo la extensión de la ciudad alcanza 20.5 km2 y la población llega a su máxima expansión, calculándose en alrededor de 85 mil habitantes.
Entre los años 650-750 d.C. la ciudad declina y finaliza la importancia que tuvo a lo largo de ocho siglos. La arqueología ha mostrado que alrededor del año 750 la ciudad fue incendiada y saqueada, con el consiguiente abandono. ¿A qué se debió esto?
Diversas ideas han sido expresadas por varios investigadores. Sin embargo, creo que lo que ocurrió en Teotihuacan es lo mismo que pasó con varias sociedades mesoamericanas: llegaron a su máxima expansión conquistando pueblos a los que sometieron militarmente y aplicaron el tributo correspondiente, y en un momento de debilidad de la metrópoli, estos grupos se levantaron y acabaron con quien los sometía.
Lo cierto es que Teotihuacan
mantuvo su influencia aún después de destruida y abandonada, y vemos que en ella se originaron muchos de los aspectos que perdurarán en sociedades posteriores del centro de México, para las cuales la obra de los hombres será considerada como obra de los dioses, bautizándola como “la ciudad de los dioses”.
Museo de Antropología e Historia
Con dos millones de visitas al año, es uno de los museos más visitados del mundo. Lo comprenden once salas de arqueología y once de etnografía, además de exposiciones temporales de manifestaciones culturales. Además de que podrás ver piezas de gran importancia en la cultura prehispánica, como la Piedra del Sol, hay reproducciones de algunos edificios mesoamericanos. Uno de los museos más importantes en Latino américa, tienes que visitarlo.
A casi medio siglo de su creación, el Museo Nacional de antropología se mantiene como el más emblemático de los recintos que salvaguardan el legado indígena mexicano. Se erige como símbolo de
identidad y mentor de generaciones que buscan conocer sus raíces culturales. Asombrosa resulta la pericia de su construcción, su innovador diseño, su arte y su simbolismo, que le han otorgado una
personalidad ampliamente reconocida alrededor del mundo.
El Antiguo Museo en la calle de Moneda, hoy Museo Nacional de la Culturas, era una sede que no cumplía con los requerimientos para la protección, investigación y difusión de las colecciones arqueológicas y etnográficas. Desde los albores del siglo XX y en el marco del congreso Internacional de Americanistas, Justo Sierra expresó el compromiso que debían adquirir los gobiernos mexicanos para
crear un nuevo recinto. Pese a variados intentos, dicho deseo solo pudo verse cristalizado en la década de 1960.
Génesis conceptual
El Museo actual se fundó como recinto de la memoria en cuyos muros reposa un proyecto de nación, en el que el patrimonio nativo se concibió como testimonio del presente y al que le fue sumado un carácter universal y de alto valor artístico. A la par, se planteó como sede de nuevos enfoques de recuperación del mundo indígena pasado y actual, derivados de la profesionalización de los estudios antropológicos, arqueológicos e históricos. El personaje esencial que posibilitó esta obra museística fue Jaime Torres Bodet quien, como Secretario de Educación Pública, emprendió una serie de políticas de impulso a la educación en México: campañas de alfabetización, la formación del Comité Administrador del Programa federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE) con el que se crearon las escuelas rurales, las normales regionales y el Plan Nacional de Museos, entre los que estaba el de Antropología (junto con el de
Historia, el del Virreinato y el de Arte Moderno).
Durante el sexenio de Adolfo López Mateos, Torres Bodet reunió al equipo de personajes visionarios, cuya tarea sería definir los conceptos rectores del nuevo museo. Así, se integró el Consejo Ejecutivo para la Planeación e Instalación del Nuevo Museo Nacional de Antropología, presidido por el Arq. Ignacio
Marquina en colaboración con alrededor de 40 asesores científicos el cual comenzó a operar de manera autónoma pero coordinado eficazmente con funciones propias del INAH.
Los criterios bajo los cuales se condujo la creación del recinto fueron:
a) El enriquecimiento, registro, conservación y manejo del patrimonio cultural mexicano desde un ámbito
enteramente institucional.
b) Producción y divulgación de conocimiento científico y objetivo.
c) Enseñanza popular acerca del mundo indígena. (El conocimiento que por décadas estuvo reservado a
las elites intelectuales del país, se haría más accesible a toda la población).
El Consejo se integró por 5 equipos de trabajo que colaboraron de la mano en todo momento:
1. Equipo de asesoría antropológica, arqueológica e histórica
2. Equipo de asesoría didáctica
3. Equipo museográfico
4. Equipo artístico de maquetas y dioramas
5. Equipo arquitectónico